viernes, 18 de mayo de 2012

Tulipanes rojos, la realidad divina...
















































La locura se puede curar si no es locura decía Él, pero yo no

deseaba  curarme.

¡Locura desencadenada!….gritaba….

Voluntaria, respondía…

No puedes….


Si, pude.







Es posible activar una desorganización psíquica perpetrando 

voluntariamente actos y conductas caóticas, aquellas

que rompan todo el tiempo con el orden esperado y

comprometiendo a los otros en esa producción.

Se impone experimentar con desconocidos que ignoren todo 

acerca del experimentador… rápidamente lo incluirán dentro

de los desequilibrados, generando las reacciones típicas: rechazo-huída, aceptación, ayuda.

Estas respuestas actúan como testigos de que la actuación es

efectiva.





Sin embargo, pasado un tiempo, la ficción comienza

 a perder su carácter

Se desarrollan  minúsculos y nuevos automatismos, emergen

 espontáneas reacciones propias de la configuración sostenida…

Razonamientos en un principio voluntariamente trabajados

 se deslizan  fluidamente con una dinámica propia.


El mundo onírico sufre alteraciones, las imágenes

 fantasmáticas son otras, como si comenzara a producirse

un nuevo Inconsciente o…como si el Inconsciente pujara 

por desbordar al estar liberado del control del viejo yo
.

La distancia entre el yo genuino y el yo-actor…

se estrecha hasta llegar a una zona de riesgo donde 

el viejo yo podría desaparecer ocupado definitivamente

 por el Yo de existencia inducida.


Pero  antes que esto se produzca…


Se han levantado las prohibiciones…

Ya no hay códigos…Solo un  estado de manía gozosa

que busca de continuo potenciarse…y para esto

se producen en escalada actos que pretenden  

la satisfacción narcisista, ignorando, despreciando

el sentir del otro, de todos…






¿De qué hablas? ¿Tú has hecho eso?


Si

¿Por qué?

No se…para jugar…


¿Estás segura?


Al principio si…ahora no se…No quiero volver

¿Adónde?


A ese territorio gris, el anterior…








Todo lo que es profundo ama la máscara. 
Las cosas más profundas de todas sienten incluso odio por la imagen y el símil.
¿No sería la antítesis tal vez el disfraz adecuado con que caminaría el pudor de un dios?

Más allá del bien y del mal
Friedrich Nietzsche















Señalar que la locura es una «elección» es algo que no debe ser entendido en el contexto de la constitución moderna de la subjetividad (como un acto de una voluntad que se representa una finalidad y a ella apunta), sino en el ámbito de la idea nietzscheana de subjetividad como «entre» (Zwischen), en el cual la elección es siempre una confluencia -y una tensión- de azar y de necesidad.



 Y tampoco esta elección puede ser entendida en una concepción del deseo como «carencia». Cuando los primeros psicoanalistas analizan «el caso Nietzsche» intentan explicar esa supuesta «incoherencia" entre la vida del tímido y correcto profesor alemán, y su escritura desbordada, exacerbada, ciertamente no demasiado correcta, y lo hacen hablando de la escritura como ámbito de los deseos desplazados.



 Esta idea supone una economía dual del deseo, basada en una concepción representativa de la subjetividad, sea a nivel cognoscitivo, sea a nivel «volitivo»


Desde una idea de la subjetividad como Zwischen tales críticas carecen de valor, en la medida en que se podría señalar que la escritura no es «lo otro» del sujeto Nietzsche sino que es él mismo (su Selbst como «sujeto múltiple») en diferentes entrecruzamientos de fuerzas, con otra máscara, podríamos decir.


¿Qué significa, entonces, la locura como máscara? Si retomamos la imagen de lo dia-bolos, esta progresiva pérdida de la palabra, es decir, del sentido «unitivo» por preponderancia de la disgregación, la locura -la vida diabólica, siguiendo la expresión de la última nota- pareciera una «mostración», un «testimonio» del límite de la interpretación. La palabra, el medio para mantenerse en la superficie, muestra aquí su límite, su re-sistencia, pero evidencia también la «posibilidad» para el hombre.

La locura como máscara en Nietzsche patentiza dos cuestiones a nivel del lenguaje, la palabra, la necesidad de la convención  en la generación  de la perspectiva y el no.sentido que la horada, la circunda 












Este no-sentido es el elemento tensional -como concepto límite- de toda interpretación: el «vacío de significación» que tanto permite cuanto puede abismar la perspectiva.
La cuestión del sentido se relaciona, evidentemente, con la de la producción y la de la posesión: los espacios vacíos deben ser completados, los agujeros, obturados, lo lleno debe cubrir lo carente. 

Producier s ganarle espacio al vacío, pero producir es también convertirse en propietario simbólico.real de lo que se produce.Convertirse en propieatio significa disponer de lo propio.



Tal vez la locura como máscara evidencie, también, esta necesidad de la«propiedad» -de uno mismo, de las cosas, de los otros- en su más radical inanidad.


Mónica B. Cragnolini 






























































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