No es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral,
independiente de dogmas religiosos y de apriorismos metafísicos: los ideales de
perfección, fundados en la experiencia social y evolutivos como ella misma, constituirán la
íntima trabazón de una doctrina de la perfectibilidad indefinida, propicia a todas las
posibilidades de enaltecimiento humano.
Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; para que sirva, debe ser
concebido así, actuante en función de la vida social que incesantemente deviene.
La imaginación, partiendo de la experiencia, anticipa juicios acerca de futuros
perfeccionamientos: los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más
alto de la función de pensar.
La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza,
que evoluciona a su vez.
Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección.
Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales.
Un hombre, un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias propicias determinan
su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles.
Los ideales son formaciones naturales.
Aparecen cuando la función de pensar alcanza tal desarrollo que la imaginación puede
anticiparse a la experiencia.
No son entidades misteriosamente infundidas en los hombres, ni nacen del azar.
Se forman como todos los fenómenos accesibles a nuestra observación.
Son efectos de causas, accidentes en la evolución universal investigada por las ciencias y
resumidas por las filosofías.
Y es fácil explicarlo, si se comprende.
Nuestro sistema solar es un punto en el cosmos; en ese punto es un simple detalle el
planeta que habitamos; en ese detalle la vida es un transitorio equilibrio químico de la
superficie; entre las complicaciones de ese equilibrio viviente la especie humana data de
un período brevísimo; en el hombre se desarrolla la función de pensar como un
perfeccionamiento de la adaptación al medio; uno de sus modos es la imaginación que
permite generalizar los datos de la experiencia, anticipando sus resultados posibles y
abstrayendo de ella ideales de perfección.
Los ideales pueden no ser verdades; son creencias.
Su fuerza estriba en sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida
en que lo creemos.
Por eso la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere un valor moral: las
más provechosas a la especie son concebidas como perfeccionamientos.
Lo futuro se identifica con lo perfecto.
Y los ideales, por ser visiones anticipadas de lo venidero, influyen sobre la conducta y con
el instrumento natural de todo progreso humano.
La imaginación es madre de toda originalidad; deformando lo real hacia su perfección, ella
crea los ideales y les da impulso con el ilusorio sentimiento de la libertad: el libre albedrío
es un error útil para la gestación de los ideales.
Por eso tiene, prácticamente, el valor de una realidad.
Demostrar que es una simple ilusión, debida a la ignorancia de causas innúmeras, no
implica negar su eficacia.
Las ilusiones tienen tanto valor para dirigir la conducta, como las verdades más exactas;
puede tener más que ellas, si son intensamente pensadas o sentidas.
El deseo de ser libre nace del contraste entre dos móviles irreductibles: la tendencia a
perseverar en el ser, implicada en la herencia, y la tendencia a aumentar el ser, implicada
en la variación.
La una es principio de estabilidad, la otra de progreso.
En todo ideal, sea cual fuere el orden a cuyo perfeccionamiento tienda, hay un principio de
síntesis y de continuidad: "es una idea fija o una emoción fija".
Son siempre individuales.
Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de
perfección.
No es que una "idea" los acomune, sino que análoga manera de sentir y de pensar
convergen hacia un "ideal" común a todos ellos.
Cada era, siglo o generación puede tener su ideal; suele ser patrimonio de una selecta
minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes.
Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio, mientras él lo define o lo plasma,
sólo es comprendido por el pequeño núcleo de espíritus sensibles al ritmo de la nueva
creencia....
José Ingenieros.